martes, 28 de julio de 2009

Sobre la crítica de arte...


Sobre la crítica de arte...

Ayer se publicó en el Diario de Yucatán (página 2, sección Imagen, http://www.yucatan.com.mx/noticia.asp?cx=17%240100000000%244123681&f=20090728) una nota escrita por el reportero Iván Canul Ek, la cual está muy bien redactada y corresponde de manera acertada a lo platicado entre él y yo. Por supuesto, siempre hay cosas que se dicen y que no llegan al papel o palabras que se cambian y modifican ligeramente el significado. Sin embargo, en esta ocasión me llamó la atención una frase al final en la que dice que yo celebro "que por fortuna haya críticos de arte que eduquen a la gente sobre cómo ver" y bueno, en realidad yo no pienso exactamente eso.

Muchas veces nos quejamos en Mérida de que, en materia de artes visuales, no existe suficiente crítica profesional y eso da pie a que muchas obras de cuestionable calidad terminen colgadas en las paredes de nuestras galerías, sobre todo, de las institucionales. Y sí es cierto que un crítico conocedor, honesto y valiente quizá pondría en jaque el mundo de las artes visuales en la ciudad, y tal vez propiciaría un mayor cuidado en la curaduría y en la selección de proyectos a exponer, pero siempre entrará en vigor la pregunta: ¿cómo decir que una obra es mejor que la otra? ¿Cómo definir qué elementos deben ser promovidos y cuáles deben ser inhibidos en la producción artística? ¿Qué hace a una obra buena o mala y, es más, qué la hace una obra de arte?

Varios libros se han escrito al respecto y las conclusiones en general terminan cediendo hasta llegar al punto de tener que aceptar que no hay patrones mesurables que puedan esquematizar un sistema de medición de calidad universal en el aspecto artístico. Es decir, cualquier cosa puede ser arte y no hay cómo definir de forma inequívoca que una obra es mejor que otra. Por supuesto, este tema siempre será exquisitamente debatible... ojalá lo debatiéramos más seguido.

Pero entonces llega el crítico, con su posición aparentemente privilegiada, mirando desde arriba y otorgándose autoridad con papeles y títulos, para decirle a la gente qué es mejor y qué es peor. Y la gente, manejable por su desconocimiento y confianza, termina creyéndole. De esta manera, el guía intelectual dirige al rebaño hacia donde quiera, acreditando cierto tipo de obra y discriminando otra, cuestionando, filtrando y estableciendo un rumbo a seguir.

Entonces dos fenómenos terribles suceden, la gente pasa a adoptar una opinión que no es suya y que muchas veces toma sin cuestionamientos (por no intentar hacerlos o por no tener las bases para hacerlos) y el artista pasa a crear a favor o en contra de la idea del crítico pero, al fin, tomándolo en cuenta. Y los críticos deciden lo que la gente quiere y las galerías promueven lo que la gente busca y el artista termina teniendo que hacer lo que el crítico quiere para estar en el gusto del público manipulado.

Afortunada o desafortunadamente en Mérida aún estamos lejos de ese círculo vicioso, pues nuestros críticos no han reclamado el peso que debieran tener y la gente no asume la guía intelectual en materia de artes visuales. Las preguntas son ¿queremos que aparezca alguien con estudios y amplios conocimientos a decirnos lo que es bueno y lo que es malo? ¿Queremos seguir en tinieblas sin herramientas para hacer juicios que propiciaran un incremento en la calidad de la obra local?

Yo opino que, en Mérida, el primer paso nos toca a los artistas, y en especial a las generaciones jóvenes: tenemos que experimentar y romper moldes, generar variadas y disímiles propuestas que generen en el espectador medio: primero ¡un poco de atención! y, segundo, un cuestionamiento sobre sus propios gustos, otorgarles un abanico de posibilidades para que tengan que cuestionarse qué les agrada más y por qué. Nosotros los artistas tenemos que criticarnos entre nosotros, no con palabras, sino con propuestas, con obra, generando un verdadero caldo de cultivo para las más diversas opiniones. Después vendrán los críticos, aquellos valientes y persistentes que logren romper el duro cascaron de una comunidad artística acostumbrada a nunca ser criticada; luego, con el tiempo y los medios de difusión correctos, la opinión de estos críticos llegará a generar eco entre el público y por ende, privilegiará ciertos lineamientos por sobre otros... entonces, los artistas tendremos nuevamente que contraproponer. Siempre la batuta la debemos llevar nosotros, revitalizando el ambiente apenas este comience a pudrirse, y lo primero es darle, ahora, una buena inyección de adrenalina que nos despierte a todos y comience los ciclos.

Quizá después de varios circuitos de esta tensión y distensión erótico-tanática, lleguemos al punto donde estamos hoy, a la ciudad de la gente sencilla, pero que ahora, construya "paredes, pisos, sueños" con la obra y que ésta no sea nunca más una especie de cadáver conservado en formol en las paredes de una galería:



Oda a la Crítica

(Pablo Neruda)

Yo escribí cinco versos: uno verde,
otro era un pan redondo,
el tercero una casa levantándose,
el cuarto era un anillo,
el quinto verso era
corto como un relámpago
y al escribirlo
me dejó en la razón su quemadura.

Y bien, los hombres, las mujeres,
vinieron y tomaron
la sencilla materia,
brizna, viento, fulgor, barro, madera
y con tan poca cosa
construyeron
paredes, pisos, sueños,
En una línea de mi poesía
secaron ropa al viento.
Comieron mis palabras,
las guardaron
junto a la cabecera,
vivieron con un verso,
con la luz que salió de mi costado.
Entonces, llegó un crítico mudo
y otro lleno de lenguas,
y otros, otros llegaron
ciegos o llenos de ojos,
elegantes algunos
como claveles con zapatos rojos,
otros estrictamente
vestidos de cadáveres,
algunos partidarios
del rey y su elevada monarquía,
otros se habían
enredado en la frente
de Marx y pataleaban en su barba,
otros eran ingleses,
y entre todos se lanzaron
con dientes y cuchillos,
con diccionarios y
otras armas negras,
con citas respetables,
se lanzaron
a distupar mi pobre poesía
a las sencillas gentes
que la amaban:
y la hicieron embudos,
la enrollaron,
la sujetaron con cien alfileres,
la cubrieron con polvo de esqueleto,
la llenaron de tinta,
la escupieron con suave
benignidad de gatos,
la destinaron a envolver relojes,
la protegieron y la condenaron,
le arrimaron petróleo,
le dedicaron húmedos tratados,
la cocieron con leche,
le agregaron pequeñas piedrecitas,
fueron borrándole vocales,
fueron matándole
sílabas y suspiros,
la arrugaron e hicieron
un pequeño paquete
que destinaron cuidadosamente
a sus desvanes, a sus cementerios,
luego se retiraron uno a uno
enfurecidos hasta la locura.
Porque no fui bastante
popular para ellos
o impregnados de
dulce menosprecio
por mi ordinaria falta de tinieblas,
se retiraron todos y entonces,
otra vez, junto a mi poesía
volvieron a vivir
mujeres y hombres,
de hicieron fuego,
construyeron casas,
comieron pan,
se repartieron la luz
y en el amor unieron relámpago y anillo.
Y ahora, perdonadme, señores,
que interrumpa este cuento
que les estoy contando
y me vaya a vivir
para siempre
con la gente sencilla.